Mariana Carrizo, Lázaro Caballero y Los Tekis fueron algunos de los números musicales que animaron una nueva jornada coscoína.
Antes que linda o fea, la noche del lunes en el Festival de Cosquín, la tercera, fue larga. Una vez más hizo falta una maratón cancionera para hacer entrar todo, o casi todo lo que estaba programado; otra vez el sol encandiló a los insomnes que habitaban la plaza cuando los artistas que pasaron por ahí desde las 22 del día anterior había superado la treintena.
La apertura de la noche tuvo a Mariana Carrizo, que reunió a 120 copleros de Salta, Jujuy, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, Chaco, Formosa y Tucumán, lugares en los que esa manera de vivir que sobre un escenario se convierte en arte cumple el mandato natural de mantenerse viva de generación en generación. La plaza, ocupada a esa hora en un 50 por ciento -más tarde entraría más gente-, aplaudió la gracia y la profundidad de las variadas formas de esa belleza arisca que durante casi media hora pasó de boca en boca y de región en región, con cambiantes características. El reconocimiento del público con su largo aplauso fue el premio, acaso inolvidable, para estos copleros, muchos de ellos pastores, gente sencilla y cerril que trajo cada uno su historia, que ahora podemos sentir más cerca.
La continuidad de la noche dejó algunas postales, entre mucha hojarasca; el buen gusto de Angela Irene, cantora íntegra; el estupendo cuadro latinoamericano del Ballet Folklórico Nacional; Orlando Veracruz celebrando sus 40 años con Cosquín; Canto 4 rindiendo su homenaje a Eduardo Falú; Emiliano Zerbini cantando como bien sabe; Los Tekis y su espectáculo contundente, que terminó a pura fiesta; los jóvenes Julián Oderiz, pampeano, y Hernán Robles, riojano, poniendo a su turno breves suspiros de buenas intenciones en una noche que a medida que transcurría se empantanaba en sí misma.
También hubo una presencia interesante de las delegaciones. La de España se llevó su porción de aplausos, como la jujeña, que puso en escena el espectáculo Yo soy la tierra, con cuarenta y cinco artistas en escena y la participación de los cantores Fabián Kindgard, Nando Díaz, Carolina Escobar y José Simón. La delegación de La Rioja, por su parte, rindió homenaje a sus caudillos y a la hora de recordar a Felipe Varela, se escuchó la versión federal de la zamba que en la versión más común, la mitrista, lo defenestra: cantaron esa que en el estribillo dice: «Galopa en el horizonte bajo un cielo federal; los coroneles de Mitre Matando vienen y van, Porque Felipe Varela, nunca mató por matar».
Antes, Lázaro Caballero le puso un brochecito a la Consagración de este año. El formoseño afiló sus armas y las uso con premeditación y alevosía: bagualas del Pilcomayo, chacareras chaqueñas, sapucai recurrente y un toque de Bombón asesino. Con eso y el tono alto, siempre, ganó la plaza que lo ovacionó al final de su actuación, entre la última de muchas cañonadas de papelitos. Pero más por lo que cantó, un especialista con varios festivales en la espalda, aseguró que son los papelitos lo que lo colocan como candidato firme a la Consagración. Según las estadísticas de los últimos años, donde hubo papelitos, Consagraciones quedaron.
Octavio Osuna y Enrique Espinosa, dos glorias del canto argentino que en la grilla habían sido relegadas a los últimos puestos, tuvieron destino distinto. Osuna fue reprogramado para otra noche y Espinosa cantó finalmente casi a las seis de la mañana, tras la diáspora posterior a la actuación de Los Tekis. Una lástima, porque del gran cantor bonaerense muchos de los que pasaron antes por el mismo escenario, podrían haber aprendido algo.
La noche que comenzó con nubarrones que llegaban del sur, amaneció despejada. Cuando el sol comenzó a asomarse de detrás del Pan de Azúcar, los aspirantes a campeones de la noche ya se dividían por lo menos en dos grupos: los que salían en busca de perlas por algún patio amigo o alguna de las 16 peñas que funcionan durante el festival y los que convencidos de que las perlas ya no existen se sentaban en una vereda de la Obispo Bustos a recordar lo felices que fueron cuando funcionaba la peña de Los Copla.